La crítica se puede llevar a cabo a espaldas de la persona, haciendo ver a los demás los hechos o características que nosotros juzgamos como malas. También puede ser a la cara de la persona, diciéndole lo que no nos gusta de ella o condenando una conducta que nosotros creemos inapropiada.
Comenzamos las críticas cuando se dan una de estas dos situaciones:
1- Cuando nos unimos a un grupo de personas que han iniciado la crítica y nos animamos a escuchar y participar, ya sea en presencia o no del criticado.
2- Cuando nadie está criticando y nosotros comenzamos a hablar mal de alguien.
¿Ha sentido alguna vez la tentación de criticar a alguien? Quizás su respuesta sea “no alguna vez, sino muchas veces”. Pues cuidado con esta práctica, de seguro influirá mucho en su vida, pero nunca para bien.
Cuando usted critica a espaldas o a la cara, pone a las personas criticadas a la defensiva, y lo más común es que, cuando sea descubierto, en el caso que haya criticado a las espaldas, o cuando la persona le está escuchando, en el caso que critique a la cara, invente excusas que justifiquen su crítica. La crítica hiere el orgullo de las personas, y no olvide que el orgullo es una de las posesiones más valiosas que poseemos las personas, si usted lo ataca, el resentimiento está garantizado, y con él puede desmoralizar a miembros de su familia, a empleados, a amigos y a conocidos.
Si usted es el encargado de hacer cumplir las normas de prevención de riesgos laborales a los trabajadores, ante un incumplimiento de un trabajador tiene dos opciones de reacción:
1- Le exige que adopte las medidas necesarias advirtiéndole que si no lo hace será sancionado, y una vez conseguido se va.
2- Le pregunta con tono bondadoso por qué no adopta las medidas necesarias, si es que le resultan incómodas a la hora de hacer su trabajo; escucha su respuesta y luego le explica calmadamente que el objetivo de esas medidas de seguridad son para su beneficio por tal o cual razón, ofreciéndole incluso la opción de ajustar esas medidas y proporcionarle las que se adapten más a él. Por ejemplo, si este le ha explicado que el casco le aprieta, o los guantes son muy grandes, usted puede ofrecerle los de la talla correcta.
Hay mucha diferencia entre las dos maneras de actuar. En la primera se critica la conducta del empleado y ni siquiera se le pide su opinión, el encargado sale de la conversación sin la más mínima idea de qué ha podido causar el incumplimiento de las normas de seguridad, volviendo otra vez el trabajador al incumplimiento en cuanto el encargado se dé la vuelta. En la segunda hay un razonamiento, una empatía, un interés sincero por el bienestar del trabajador, logrando entender el por qué del incumplimiento y viendo que no se ha infringido la norma por rebeldía, sino por una incomodidad, algo muy fácil de solucionar. Las dos partes quedarán satisfechas, el trabajador se resguarda de posibles peligros, y el encargado se salva de un peligro mayor: el rencor hacia él que se multiplica entre los trabajadores, haciéndole prácticamente imposible realizar su función de forma efectiva y poniendo en grave peligro su puesto de encargado por su incapacidad de hacer cumplir las normativas, o sea, su función por la que le pagan. Carlyle escribió hace tiempo algo muy cierto: “Un gran hombre demuestra su grandeza por la forma en que trata a los pequeños”.
Dale Carnegie en su libro sobre cómo ganar amigos aporta al respecto un acontecimiento muy ilustrativo.
“Bob Hoover, famoso piloto de pruebas y actor frecuente en espectáculos de aviación, volvía una vez a su casa en Los Ángeles de uno de estos espectáculos que se había realizado en San Diego. Tal como se describió el accidente en la revista Operaciones de Vuelo, a cien metros de altura los dos motores se apagaron súbitamente. Gracias a su habilidad, Hoover logró aterrizar, pero el avión quedó seriamente dañado, pese a que ninguno de sus ocupantes resultó herido.
Lo primero que hizo Hoover después del aterrizaje de emergencia fue inspeccionar el tanque de combustible. Tal como lo sospechaba, el viejo avión a hélice, reliquia de la Segunda Guerra Mundial, había sido cargado con combustible de jet, en lugar de la gasolina común que consumía.
Al volver al aeropuerto, pidió ver al mecánico que se había ocupado del avión. El joven estaba aterrorizado por su error. Le corrían las lágrimas por las mejillas al ver acercarse a Hoover. Su equivocación había provocado la pérdida de un avión muy costoso, y podría haber causado la pérdida de tres vidas.
Es fácil imaginar la ira de Hoover. Es posible suponer la tormenta verbal que podía provocar semejante descuido en este preciso y soberbio piloto. Pero Hoover no le reprochó nada; ni siquiera lo criticó. En lugar de eso, puso su brazo sobre los hombros del muchacho y le dijo:
-Para demostrarle que estoy seguro de que nunca volverá a hacerlo, quiero que mañana se ocupe de mi F-51.”
Ni que decir tiene que aquél joven se convirtió en la persona que cuidaría con más mimo e interés los aviones de Hoover. Antes de criticar piense que tiene dos opciones: Destruir o construir, de usted depende.
Además hay otro factor a tener en cuenta:
Las personas actúan como actúan por sus experiencias en la vida, por la educación recibida, por su carácter y personalidad, por las circunstancias del momento por el que estén pasando y muchos otros factores. Seguramente si usted se hallara en la mente de la otra persona, también reaccionaría igual. Es muy lícito que usted diga: Fulanito, entiendo que hayas actuado así, de hecho, si estuviera en tu lugar también habría hecho lo mismo. Y es verdad, si usted hubiera vivido exactamente todas las vivencias de la persona que ha cometido un error, usted también lo hubiera cometido, pues pensaría igual que ella. Por eso no se preocupe de parecer que se tira piedras encima, lo único que usted asegura es que las condiciones y circunstancias vividas pueden moldear el pensamiento de las personas. Una vez haya empatizado, podrá pasar a la corrección respetuosa y amorosa que toda persona tiene derecho, recuerde que sólo así se consigue verdadera cooperación para corregir errores. Hacerlo así conlleva una conversación en vez de un monólogo, esto quiere decir que la otra persona le expresará también en qué cosas cree que usted ha errado. No se precipite a sentirse ofendido, pues usted, al fin y al cabo, también está indicándole que ha errado. Sea humilde y reconozca aquellos puntos donde no lo ha hecho bien, quizás en la forma de exponer el asunto y no el asunto en sí, o aunque fuera el asunto en sí, considere la posibilidad de que nadie es perfecto y se puede equivocar. Las personas se dan cuenta de si se está escuchando por escuchar o si se está escuchando con interés en saber si se ha cometido un error para rectificarlo. En ocasiones irá a corregir a una persona y saldrá corregido usted, pero siempre desde el respeto y la comunicación amable. Si comienza la conversación con la posibilidad abierta a que usted sea el equivocado le costará mucho menos asumir su error, dar las gracias por ayudarlo a mejorar y ponerse manos a la obra para no caer en lo mismo otra vez. Solo si tiene la actitud debida saldrá ganando usted, la otra persona y la empresa a la cual represente, la familia que cuide o las amistades envueltas, le admirarán por su franqueza, su comprensión y por su manera tan bondadosa de tratar a los demás, tendrá garantizada la cooperación de todo corazón de las personas con las que hable.
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